Los suelos se comportan como grandes depósitos de carbono de la tierra(Scharlemann et al., 2014). En el suelo se almacena más carbono que la suma de atmósfera y de toda la vida vegetal del planeta (FAO 2015). A escala global, se estima que los suelos almacenan más del doble del carbono (2,529 Gt) del total combinado de la atmósfera (830 Gt) y la biomasa vegetal (576 Gt) (Le Quéré et al., 2015). Los suelos tienen una gran importancia en el balance global de carbono, por medio de la regulación de los flujos biogeoquímicos y el intercambio de gases de efecto invernadero (GEI) con la atmósfera(Lal, 2013). A través del secuestro de carbono en el suelo, es posible eliminar el CO2 atmosférico y estabilizarlo en el suelo en microagregados, protegiéndolo de los procesos microbianos del suelo y mejorando su distribución en profundidad.
Tras la quema de combustibles fósiles, el modelo de agricultura industrial actual, tiene el mayor nivel de contribución a la emisión de gases de efecto invernadero (IPCC, 2014). Los manejos convencionales utilizados, la eliminación de la cubierta vegetal o los cambios en los usos del suelo, contribuyen a la degradación de su capa superficial que es donde se acumula la mayor concentración de carbono. Así, las prácticas de laboreo empleadas habitualmente, pueden llegar a provocar una reducción de materia orgánica en el suelo de un 60% en 60 años (Kinsella, 1995), pudiendo ocasionar la pérdida de unas 2,5 Tm/Ha/año de tierra de cultivo fértil, con el resultado de 970 Mt de pérdida de tierra fértil en la Unión Europea (Panagos et al., 2015).
La restauración de suelos y ecosistemas degradados tiene un alto potencial para el secuestro de carbono, a través de la recuperación del carbono perdido por estas prácticas, que contribuyen a liberar el carbono acumulado en los suelos a la atmósfera en forma de CO2. Dependiendo del clima, tipo de suelo y manejo, los suelos de los agroecosistemas mundiales (tierras de cultivo, pastizales, etc.) han agotado sus reservas de carbono entre un 25-75% (Lal, 2011), lo que equivale a una pérdida de entre 42 a 78 Gt de carbono. Esto proporciona una gran oportunidad de regeneración de los suelos agrícolas y de los agroecosistemas, pues se estima que hay una capacidad de reserva de carbono recuperable entre 21 y 51 Gt. (Lal, 2004)
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